Me había quedado sin televisor porque mi viejo aparato, que
había cumplido veinte años conmigo, me había dejado tirado como a una colilla
en mitad de un partido de la Champions League. Casi lo agradecí porque mi
equipo perdió al final, y no tuve que ver la derrota.
Al no ser muy boyante mi economía me dirigí a un centro
comercial para comprarme un televisor con pantalla plana, que no me costase
mucho dinero, pues mis requisitos para ver la televisión son muy simples, y no
necesito un smart tv, para ver contenidos desde Internet. Me basta lo que echen
por los canales normales.
Una vez en el centro comercial, me dirigí a una zona en la
que había un stock de últimas unidades en televisores. Fue como un flechazo. El
aparato me estaba esperando como un novio a una novia en su día de boda. Nada
más verlo, con sus 32 pulgadas, todo negro y su marca desconocida sabía que me
lo llevaría a casa.
El dependiente me dijo que era de una marca desconocida para
ellos hasta ese momento, y que era un aparato muy particular porque les había
llegado de Corea como una muestra y después ya no tuvieron más noticias de la
empresa que los suministraba. El precio era irrisorio comparado con el del
resto de televisores de la tienda, así que no me lo pensé más y lo adquirí.
Una vez en casa, lo encendí y él solito sintonizó los
canales automáticamente. Pude comprobar entonces que había un canal que no
cogía anteriormente, pero no le di mayor importancia. El nombre del canal me
chocó porque coincidía con mi primer apellido.
Al cabo de una semana creía que estaba perdiendo la razón.
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Las series de televisión se
entremezclaban con sus personajes entre sí apareciendo personajes de series
históricas en culebrones venezolanos y viceversa. Los locutores de los
informativos aparecían en más de una cadena a la vez. Pero lo que más me
impactó fue en las películas de cine. Clásicos como Casablanca se veían
invadidos con personajes de otras películas como Lo que el viento se llevó, que
a su vez mezclaba personajes con Sólo ante el peligro. Y así todos los canales
y toda la programación se había empastelado de tal modo que aquello parecía una
locura.
Por supuesto había hablado con mis vecinos y a nadie le
había sucedido lo que a mí.
Fue entonces cuando por primera vez conecté el canal que
llevaba mi apellido y me vi a mi mismo hablando en un lenguaje desconocido.
Llevaba unos ropajes y un peinado que no pude identificar.
No puedo recordar más porque me ingresaron en un hospital con
una tremenda crisis, de la que aún no me he recuperado.
El televisor está en mi domicilio, pero nunca lo enciendo.
Aunque tampoco me puedo deshacer de él, porque algo que no controlo me lo
impide...
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