Vuelvo a sentir la
luz del sol y la brisa matutina. Oigo el canto de los pájaros y noto cómo los
insectos zumban a mi alrededor. Creo que estoy vivo de nuevo. Estoy en medio de
la naturaleza. Parece que me he reencarnado en otro ser humano. Tengo
sensaciones fantásticas, noto como la luz alimenta mi espíritu y la humedad del
amanecer reconforta mi cuerpo. Lo último que recuerdo es cómo me estaba
muriendo postergado en una fría cama de hospital. No podía respirar porque mis
pulmones habían sido víctimas de mi irrefrenable ansia por fumar. Me lo habían
advertido muchos años atrás y no tuve la suficiente fuerza de voluntad para
dejarlo. Cuando uno es joven y arrogante se cree que los consejos de los demás
no sirven para nada. Pero ahora estoy bien, nunca me he sentido tan vivo.
Disfruto de todo lo que tengo rodeándome. Me gustaría poder verme en un espejo,
voy a caminar hasta encontrar algún lugar en el que poder hacerlo. ¡Oh, Dios
mío! Algo raro está pasando, no puede desplazarme, no puedo tan siquiera
dirigir la mirada hacia mis piernas para saber el motivo por el que no puedo
moverlas. Estoy inmóvil, me siento bien, pero estoy inmóvil. El miedo está
empezando a hacer mella en mi ánimo. Desearía gritar pero tampoco me sale la
voz, noto como sudor frío, pero tampoco estoy seguro de que sea sudor, parece
un líquido viscoso que rodea todo mi cuerpo. ¡Dios, mío, qué me ocurre! Creo
que oigo voces acercándose. Son un hombre y una niña que van hablando entre
ellos. Caramba, se dirigen hacia mi. Intentaré escuchar su conversación:
-
Papá, mira. Ha salido una planta nueva de tabaco.
-
Sí, hija, es muy pequeña aún. Pero tiene buen aspecto.
Seguramente se transformará en una planta estupenda.
-
Seguro papá. Sigamos comprobando la plantación.
Estoy anonadado. Han hablado de mí como si fuera una planta.
Estoy aquí, me he reencarnado, ¡estoy vivo! Solo necesito tiempo para moverme y
para que me escuchen. Yo no puedo ser una planta, no puedo ser una planta...
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