Doy gracias a Dios por poder escribir este relato. Y lo
puedo escribir porque he sobrevivido a unos acontecimientos de lo más horrible. Yo he sido siempre un hombre
emprendedor, me ha gustado viajar por lugares insólitos y adentrarme en lo más
oscuro e inhóspito de nuestro planeta. Nunca le había tenido miedo a nada hasta
que hice mi último viaje. No voy a decir el lugar ni voy a hacer referencia
alguna a su entorno porque no quisiera
que por mis indicaciones alguien se adentrara en aquella selva y matara a unos
hombres que en el fondo son de lo más puro que haya podido existir nunca en
ninguna civilización. También me he considerado un hombre viril, y parte de lo que
me ha ocurrido tiene que ver con esto.
Sin más preámbulo los hechos sucedieron del siguiente modo:
Como suelo hacer en mis viajes voy en avión hasta el lugar
más cercano a mi destino. Tal y como he mencionado antes no voy a dar detalles
de ningún tipo relacionados con este asunto. El caso es que llegué al pequeño
aeropuerto y allí me esperaba un hombre con un vehículo cuatro por cuatro que había contratado
previamente. Aunque él me insistió en acompañarme yo rechacé su oferta y
preferí viajar solo, tal y como siempre he hecho. Me proporcionó una especie de
mapa hecho a mano sobre una zona que prácticamente nadie había visitado y me
deseó suerte. Tuve que darle una fuerte suma de dinero como fianza del
vehículo, porque el tipo tenía en mente que no lo volvería a ver jamás.
Con el depósito lleno de gasolina y unas cuantas garrafas de
relleno para el camino emprendí la ruta de ciento treinta y seis kilómetros que
me separaban del ansiado destino. Un camino tortuoso pero gratificante, debido
a la riqueza vegetal y animal existente en aquella selva. De este modo llegué
con el vehículo hasta quince kilómetros de mi destino, momento en el que el
acceso motorizado se volvió imposible y me vi obligado a realizar a pie el resto
del trayecto.
La referencia que tenía del poblado buscado era de un nativo
que había sido capturado por unos cazadores furtivos, que le interrogaron y le
sacaron información. Entre los furtivos había nativos de tribus cercanas, que
no mantenían relaciones con ellos pero que de una manera primitiva podían
entenderse a base de una mezcla de gestos y sonidos guturales. Aquellos
furtivos cometieron un tremendo error con el nativo, le dieron de comer carne
de cerdo y le dijeron que su extraordinario sabor residía en que el animal
antes de ser sacrificado había sido capado. El cerebro del nativo retuvo la
información.
Cuando se disponían a hacer el viaje de regreso, el nativo
desapareció soltándose de un modo magistral de las cuerdas que le habían puesto.
No volvieron a verlo.
Uno de estos furtivos, cuando estaba borracho en una cantina
lejana del lugar le contó esta historia a alguien que posteriormente me la
contó a mí. Además, como no tenía dinero para pagar la consumisión le entregó
un plano del lugar en el que se encontraba la aldea. Ese es el plano que el
guía me ha proporcionado a mi llegaba al aeropuerto.
Llegué a la población abiertamente diciendo el nombre del
nativo que había sido raptado y mostrando unos obsequios para el líder de la
tribu. Los pequeños hombres me rodearon y me hicieron gestos para indicarme el
lugar de su líder. Allí estaba sentado sobre una especie de piel que al
principio me pareció semitransparente y como de color marrón oscuro, unida
entre si por muchos trozos pequeños, aunque no me percaté entonces, se trataba
de piel humana. También me llamó la atención la gran cantidad de calaveras y de
huesos que había por todas partes a modo de adornos.
Hice una reverencia al jefe y le entregué los presentes que
había llevado dejándoselos a sus pies. Me miró con cara de sorpresa y luego
lanzó una desgarradora carcajada que me dejó helado. Parecía que su voz
riéndose salía de ultratumba. Más tarde hizo una mueca con la boca y entre dos
hombres me llevaron a una choza y me ataron de pies y manos dejando mi vista
libre a un orificio que tenía la propia choza, y desde el que se veía una
explanada con una piedra hueca a modo de gran olla.
Permanecí así varias horas, quedándome dormido a ratos hasta
que de repente se formó un jolgorio en el exterior y pude ver cómo decenas de
hombres de la aldea portaban a otro hombre, parecido a ellos, aunque algo mayor
de tamaño y lo ponían sobre una tabla junto a la olla de piedra. El hombre
chillaba como un animal porque sabía que su final estaba cerca. Pero lo más
terrible fue ver cómo era castrado antes de ser introducido en la olla. Fue
terrible. En ese momento no caí en la cuenta, pero al cabo de unos segundos
recordé al nativo secuestrado al que le ofrecieron cerdo capado. ¡Habían
aprendido que al castrar a sus víctimas el sabor de la carne era mejor! Dios
Santo, el siguiente en ser devorado por aquellos caníbales, y por supuesto,
castrado previamente, iba a ser yo.
Observé el terrible espectáculo hasta que el menú fue
terminado. Más tarde se marcharon,
probablemente hasta la próxima comida en la que yo sería el plato principal. En
ese momento supe que moriría y que momentos antes, estando aún vivo sería
castrado, lo cual me aterrorizaba aún más que si me mataran directamente. Ante
esta expectativa de terror me desmayé.
Llegó la noche y alguien me despertó tocándome la cara. Abrí
los ojos y pude ver al guía del aeropuerto vestido como los nativos de la
aldea. Me soltó y a oscuras me llevó fuera de la aldea. Allí en una especie de
poni me llevó hasta donde estaba el vehículo. Nos marchamos hacia el
aeropuerto. En una especie de pequeño hotel
permanecí dormido durante tres días enteros. Al despertar, el guía me
contó que otros antes que yo habían intentado visitar la aldea de los caníbales
y habían sido devorados. Pero en estos momentos, él estaba necesitado de dinero
y pensó que si me rescataba podría ofrecerle la importante suma que necesitaba.
No se equivocó. Por el hecho de haberme salvado la vida le habría pagado esa
suma multiplicada por diez, cosa que por supuesto no le dije…